jueves, 8 de julio de 2010

EL ENCANTADOR

Es el oasis de la afabilidad y la cohesión: El Encantador es caricia que levanta el ánimo, bálsamo que cura las secuelas del estrés, pócima que dulcifica el conflicto, cadena que remedia la falta de unión, aguijón de dulce y opípara afabilidad.
La gente alborotada, incomprendida o adicta a tener razón, respira aires limpios y recupera su bienestar en presencia de este arquetipo seductor. A cambio, el Encantador recibe su maná predilecto: tranquilidad.
El Encantador, más que husmear posibilidades que exijan la intromisión de un salvador, se amolda para que todo el mundo quede contento. Permanece inmóvil e inspira la reacción; influye desde la espera, la calma agradable, adaptándose como un baño suave de silicona que hidrata y alivia la tensión de un alma herida.
Su técnica de provocación plagia la estrategia de los arácnidos: no se desplazan hacia su presa, sino que la invita a acercarse. Su trabajo inicial consiste en desplegar un manto edulcorado e imperceptible desde el que envían señales irresistibles: “ Aquí puedes permitirte ser como eres. No te preocupes; te escucho y te entiendo. No voy a exigirte nada. Todo va a salir bien”.
Las personas sucumben al reclamo como moscas hipnotizadas; El Encantador destila poso, control, tranquilidad, ductilidad, sosiego, dulzura, equilibrio, aceptación, bienestar. Casi nada. No desparrama grandes discursos ni gestos grandilocuentes, se mantiene sonriente, un poco a la sombra, en una esquina, igual que la araña. Emana seguridad, ecuanimidad y dominio aplastantes. Sonríe abierta y francamente. El poder de este seductor es una pócima muy solicitada en el agitado mundo en que vivimos; su influencia es suave y penetrante como el opio.
En cuanto una persona cae dentro de su red, el Encantador pone en acción el aguijón que dejará prendada a la presa; la inmoviliza con el señuelo azucarado e irresistible que inventase Benjamín Disraeli: “Háblale a otro de sí mismo, y te estará escuchando durante horas”. Ningún arquetipo de seducción posee la destreza del Encantador a la hora de elevar, tranquila y dúctilmente, la autoestima de los interlocutores: presenta un espejo psicológico en el que los rasgos negativos se han transformado en positivos; el Encantador posee el don de desintegrar la culpabilidad (críticas internas) y el resentimiento (críticas hacia otros).
Con una red de suaves halagos empaña las inseguridades y los quiebros anímicos de sus fichajes. Sus labios y sus gestos van desgajando las bondades que bullen bajo los defectos, tiene una magia especial con la que vislumbra y ensalza lo bueno que hay en cada persona, aunque no sea muy visible para el resto de la sociedad. El Encantador posee un sexto sentido para comprender de qué pasta están hechos los escudos protectores, los mecanismos de defensa y, con magistral habilidad, es capaz de traspasar las apariencias y encontrar la luz que la persona lleva dentro; la pericia con la arqueología emocional le lleva a descubrir, por ejemplo, que una persona irritable podría estar disimulando, o quizá protegiendo, una extrema sensibilidad, o que otra, aparentemente fría puede albergar un manantial de ternura que resplandece en cuanto se rasca adecuadamente el caparazón externo. El éxito del Encantador se debe a que nadie como él acaricia las defensas ajenas hasta doblegarlas y hacerlas desaparecer, permitiendo que las virtudes de la persona eclosionen para disfrute propio y ajeno. El Encantador hace lo imposible por esquivar a su bestia negra: la confrontación. Desde la infancia aprendió a olvidarse de sí mismo y a fundirse con otros para obtener el bienestar que otorgan la cordialidad y la placidez; por eso se adapta al entorno como un guante, pasa los días enfocándose en los planes, las peticiones, necesidades o exigencias de los demás con el fin de conquistar una subsistencia agradable, familiar y equilibrada. Las experiencias infantiles enseñan al Encantador que nada es absolutamente perfecto, que todo en la vida posee facetas positivas y negativas y, entre ambas alternativas, decide quedarse con el lado agradable de las cosas. En ningún momento niega que existan rincones turbios, más bien los tiene perfectamente presentes y gracias a ello evoluciona huyendo hacia el otro lado, avispándose en el uso de maniobras que entresacan lo que funciona, lo que es bueno y amable en todas las personas o en todos los ambientes. El pequeño Encantador cuando vive en un hogar poco apacible, intenta volverse invisible, pasar inadvertido hasta que se disipe la tensión. Aprende a no plantear conflictos para no recibir conflictos, tapa la rabia con silencios: “Jamás sabrás lo que estoy pensando”. En muchas ocasiones, tampoco desea responsabilizarse de las obligaciones que entraña el hecho de destacar; más bien prefiere observar el mundo desde una retaguardia grata y sin riesgos.
Aquí anida la clave de su atractivo: tengas los defectos que tengas, el Encantador desplegará su manto mágico sobre ti y colocará hasta la más recóndita de tus virtudes a ras de piel.
El punto fuerte de este perfil de seducción, su método de provocación, consiste en desenmascarar el talento más anestesiado de las personas, su energía positiva largamente adormecida y, en el instante en que los detecta, los glorifica sobre un pódium gigantesco. La intrépida y repentina acción deja al destinatario tan estupefacto como satisfecho. El Encantador destapa los méritos de todo el mundo, nadie se queda sin premio. Se amolda colocándose en un segundo plano, cediendo victorias, otorgando premios, ofreciendo reconocimiento, cooperando. Se alegra con las ideas de otros, se apunta a sus planes. Su facilidad para acoplarse le otorga un aire inofensivo; a su vera no hay agresión ni tensión. No hay que defenderse. Por eso el Encantador siempre resulta positivo e irresistible; a su lado, las circunstancias transcurren dóciles, inocentes, previsibles…..solo en apariencia.
Al observar sus maniobras de cerca, vemos que, lejos de ser una criatura a merced del capricho ajeno, el Encantador sabe perfectamente lo que quiere, cómo lo quiere y sobre todo, domina la técnica para zafarse de lo que no quiere. Lleva el control del curso de los acontecimientos y de los sentimientos con estrategia medidísima, en la que casi nada es fruto del azar.
El enigma del Encantador, su misterio, consiste en que debajo de su superficie mansa, fluye un caudal de férrea determinación y de intensa pulsión sexual. El Encantador captura a sus fichajes con una peculiar emboscada sexual: no hay asomo de coqueteo, las conversaciones fluyen tranquilas y sin más intención aparente que la de pasar un rato apacible…., plagado de insinuaciones sutiles que incendian la feminidad de las mujeres. El Encantador apenas se mueve; colocado frente a su blanco, lanza señales indirectas, simbólicas, poco evidentes y que llevan asociados unos cuantos dardos con mensaje subliminal y rumbo definidos: “Conmigo estás mejor que sin mí”. Sin embargo, he aquí lo más bello del asunto, el Encantador atrapa al destinatario logrando que sea ella quién asuma los primeros pasos y cargue con toda la responsabilidad.
Pero como ocurre siempre en materia de seducción, en cuanto el fichaje queda adherido a la tela que tan sugestivamente ha tejido la araña, entonces esa misma araña encuentra muy latoso tenerse que ocupar del intruso; piensa que el peso y el volumen del nuevo inquilino están arruinando el equilibrio y la armonía de su tela, además de poner en peligro su apertura a otras posibles relaciones.
La metodología del bloqueo del Encantador posee marchamo personal: puesto que detesta decir “no” a las personas y odia que se enfaden y le ataquen, inhibe la proximidad de un modo suave: no se enfrenta ni embiste, sino que permanece visible pero impasible, presente pero tozudo, abordable pero frío, asequible pero inexpresivo. El aturdido fichaje, que asumía haber conquistado la luna, de pronto cae en la cuenta de que posee un protagonismo ínfimo e la vida del Encantador, quien ya ha desviado tranquilamente su energía hacia otras ocupaciones.
Ocasionalmente, si le someten a una presión que considera inadecuada, el Encantador estalla como lo haría el tapón de una botella de gaseosa, dejando atónito a quién creía estar frente a la ecuanimidad y la calma personificadas. Si algo detesta el Encantador es sentirse controlado, obligado a hacer lo que no le agrada, comprometido con alguien que presiona con demandas, y sobre todo abomina ser tratado como un derecho adquirido.
Básicamente el Encantador adora la independencia y la autonomía; para protegerlas se acomoda en un círculo de silencio y de otras ocupaciones triviales, dejando que sus víctimas agonicen bajo el aliento de su indiferencia.

Psicología de la seducción. Alejandra Vallejo-Nájera.

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